In the Joyce's land

¡Sí!!!! Para alegría de todos nuestros asiduos lectores (y para los que estaban ya aburridos del post anterior), aquí estamos nuevamente ;-).
Ayer al mediodía volvimos del viaje que nos llevó por tierras hermosas e inexploradas y nos dedicamos principalmente a dormir, puesto que - como se imaginarán luego de un promedio de caminata de 12 hs por día - estábamos literalmente "destruidos".
Como verán, a mí me tocó en suerte postear sobre la primera ciudad que visitamos: Dublín, que - aunque más pequeña y menos impresionante que Londres - a mí me emocionó más, quizás por toda la tradición artística y literaria que lleva consigo. Recorrimos casi toda la ciudad a pie, entrando a todos los museos, galerías de arte, iglesias, catedrales, bibliotecas, mirando esculturas (¡Dublín está llena de esculturas!), tomando fotos en las casas de Joyce, Wilde, en el Trinity College, en el hospital fundado por Jonathan Swift, en algunos parques como el bello Stephen Garden, que tenía el césped de un verde que era casi fosforescente...
Pero también conocimos la fábrica de Guinness y The Guinness Storehouse y vivimos como nunca la noche dublinesa, cuando la ciudad se impregna con el olor de la comida rápida, todo se oscurece, el frío cala hasta los huesos y se hace necesario tomarse una "pinta" (un vaso de cerveza bastante grande por cierto), comerse unos "fish and chips" e ir a escuchar música irlandesa en el Temple Bar, la zona nightera de Dublín que nos vio recorrer todas las noches por sus calles y entrar a todos los lugares para conocer (¡Estuvimos más fiesteros que nunca!). Lo que me impresionó de esas entradas y salidas nocturnas fue el olor a alcohol que te mareaba cuando cruzabas la puerta de las tabernas. Lanzo dos hipótesis al respecto: 1) como está prohibido fumar, no se siente el olor a humo y por eso predomina ese olor; 2) la gente tiene tanto alcohol encima que ya desprende esos vahos en el ambiente... ;-)
Otra impresión fuerte de Dublín fue la cantidad de relojes que se ven por doquier... ¡hasta en las iglesias hay reloj! (¿Alguna vez vieron eso?)
Hay que destacar también la amabilidad de las personas, dos viejitos (que según Diego necesitaban hablar con alguien) y un policeman motorizado se pararon para ver si necesitábamos ayuda (¡debíamos parecer muy desorientados con el mapa en la mano e intentando un inglés que no salía muy fluido!). Después, dos chicas se ofrecieron para sacarnos una foto a los dos juntos mientras nos contaban que cuando salían de viaje con sus novios, siempre volvían con sólo una o dos fotos "en pareja" (¿Algo entendimos del english, no?). Y la multiplicidad de razas, culturas, religiones (observación que se hace extensible también a Londres y al resto de Europa): hindúes, coreanos, muchos españoles... hay de todo - ¡y mezclado! - en la viña del Señor...
Nosotros en el hostal "Ashfield House" convocamos una reunión de hispano-hablantes en la habitación, que incluía a una pareja de vascos y una mexicana llamada Ikerne; reunión en la que planeamos asestarle un mazazo a un canadiense que dormía arriba y roncaba como nunca había esuchado en mi vida (¡y espero no volver a escuchar jamás!).
También recorrimos las calles comerciales y más céntricas - Grafton, Nassau y Dawson -, los sucesivos puentes sobre el Liffey River y las Carroll's, unas tiendas que venden sólo cosas típicas y souvernirs, y donde - pese a las reiteradas negativas de Diego - logré salirme con la mía... ¡disfrazarme de duende irlandés!¡y con barba y todo!
En fin, Dublín podría definirse de muchas formas: pintoresca, funny, simpática, artística, etc... pero yo elijo una sola: una ciudad "poética". Y así nos despidió, con un paisaje que voy a guardar en la memoria como una postal inolvidable: la vista desde el O'Connell Bridge, con un tímido sol asomándose en el horizonte y las gaviotas volando en el cielo del amanecer.