miércoles, febrero 25, 2009

Febrero

Antes que nada, debo darle la razón a Próspero, quien - cual Casandra - vaticinó lo que sucedería... En fin, es verdad: estamos casi a finales de mes y yo recién escribo nuevamente. Es que, como verán, Diego tampoco ayuda mucho que digamos, pues anda con múltiples y variadas cosas entre manos...

Yo aquí estoy, trabajando, leyendo, escribiendo..., en fin, esas cosas que implica un doctorado. Pero muchas veces, en lugar de leer lo que debo, leo otras cosas que nada tienen que ver, je! Diego me tiene casi penada la visita a la biblioteca, porque siempre saco un montón de libros y después me dedico a leerlos compulsivamente. Me pasa lo mismo que con los chocolates: si los tengo en mi poder, no puedo hacer otra cosa que terminármelos.

Entre lo que leí en estos días está El mundo de ayer. Memorias de un europeo, la autobiografía de Stephan Zweig, un escritor vienés que sufrió las dos guerras mundiales y conoció a muchísima de la gente que luego pasó a la historia en diversos planos de la cultura (Strauss, Vàlery, etc.). Pero me pareció interesante lo que cuenta con respecto a los viajes pues, según él, antes de 1914 la gente subía y bajaba de los barcos y de los trenes sin presentar ninguna documentación y sin pedir permiso a nadie. De acuerdo a Zweig, fueron las guerras mundiales las que trajeron consigo el temor hacia lo diferente, junto con las burocracias y papeleos de visas, permisos y etcéteras.

Y yo me quedé pensando en que seguramente hay algo de esto, pues cuando fue lo de las Torres Gemelas pasó lo mismo, ¿no? El mundo se volvió paranoico, como en las demás situaciones de conflicto cultural.