En Bélgica, pese a las bajas temperaturas, visitamos dos ciudades: Bruselas y Brujas. El 13 a la noche llegamos a Bruselas, que nos recibió con un aeropuerto espectacular (BRU), pero que después nos desilusionó por el clima que nos esperaba: lluvia, niebla y frío invernal. Además, cuando bajamos del tren y comenzamos a caminar rumbo al hotel, nos dimos cuenta de que estábamos en pleno "barrio rojo", como el de Amsterdam, con mujeres expuestas en las ventanas, focos rojos y sex shops por doquier ¡Y nosotros perdidos por ahí! Gracias a Dios, en una de las callecitas apareció un viejito y, sin que nosotros se lo preguntáramos, se acercó y nos dijo si buscábamos la rue Traveserie, que era justo la que necesitábamos. Así que allá nos fuimos y cuando cruzamos la Koningstraat descubrimos que el centro no quedaba lejos y que nuestra zona era mucho mejor de lo que esperábamos.
También fuimos a la Grand Place, en la que habían montado un inmenso escenario central pues esa semana había conciertos, al Manneken Pis (¡lo vimos vestido y a los dos minutos desnudo!), a la Place du Petit Sablon (¡súper linda! :) y a un montón de iglesias.
Otro día nos tomamos todos los medios de transporte al alcance (metro, autobús, tranvía) y fuimos hasta el Atomium (el de la foto ;-) con un español que había tenido una mala experiencia con la policía belga por fotografiar en el metro (¡y nosotros haciendo lo mismo!).
Entramos también el Museo de Bellas Artes, donde - pese a la creencia de Diego de que ya conoce todo lo importante - vimos Brueghel (¡y un montón de pintura flamenca!), Magritte, Marc Chagall, Dalí, Miró, Alechinsky, Wouters, Moore, etc., etc., etc., además de obras como pilares sueltos de madera, esculturas rotas, dos focos de distinto tamaño, una mesa cubierta de cáscaras de huevos, una caja llena de valvas de mejillones vacías, un espejo pintado... La verdad es que nos recordó la experiencia de la Tate Gallery y a mí me gustó un montón, porque en definitiva, rompe el concepto tradicional de arte y te hace replantearlo, que es lo importante.
En Bruselas visitamos también algunos parques como el de Bruxelles o el Parc du Cinquantenaire y conocimos el Quartier Europeén, donde están los principales edificios de la Unión Europea, muy lindos pero cancerígenos (llenos de asbesto ;-)
Otro día nos fuimos en tren hasta Brujas, la capital de Flandes occidental y declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Obviamente, llena de turistas, pero aún así recomendable para los que gusten de ciudades que parecen de cuento, con casas antiguas, de fachadas escalonadas y llenas de enredaderas, con canales y pequeños puentes, con gansos caminando por el verde y perros tomando el sol en las ventanas...
Además, en Brujas tomamos cerveza belga (de esa bien "espirituosa", como diría papá), en la plaza del Mercado, comimos pastelitos de frutos rojos (¡riquísimos!) y entramos a muchos edificios e iglesias antiguas como la de la Santa Sangre de Cristo o la de Nuestra Señora, donde está "La Virgen con el Niño" de Miguel Ángel y donde hay una colorida pileta para sumergir por entero a los bebés cuando los bautizan.
Por último, dos días después de regresar de Bélgica, salimos nuevamente, esta vez con Mana y Aarón rumbo a Collioure, un hermoso pueblo de los Pirineos. El viaje tampoco comenzó muy bien, porque el tren en el que íbamos se averió y estuvo detenido como una hora hasta que finalmente nos hicieron bajar y tomar otro mejor.
Pero eso no impidió que perdiéramos el buen humor (en parte gracias a las paradas técnicas que consistían en bocatas y cerveza ;-). Además, nos tocaron unos días hermosos (¡hasta había gente bañándose!) y el depto. que alquilamos era muy bueno, con una preciosa vista al mar.
En definitiva: las tres ciudades, muy hermosas y en todas fuimos felices, lo cual siempre embellece las ciudades y los recuerdos asociados a ellas.